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Parte 2: Palabras que come un ser vivo a la orilla de la suerte o la desdicha
en un día soleado.
Dolor, pasión e intriga, tres palabras que
carcomen a cuánto es capaz de leerlo, uno nunca sabe, si dos más dos son
cuatro. He visto a dos ardillas vigilar a su cría con gran alegría en la
comisura de sus labios. No podía pensar en otra cosa, mi mente se ha nublado
desde que la he vuelto a ver, todo se ha derrumbado. Mi vida con la persona que
yo consideraba la ideal para formar una familia y ver crecer a mis hijos. Todo
ha pasado tan rápido que no me ha dado tiempo para poder buscar una idea que me
ayudará a encontrar la salida. Pensé que jamás volvería a verla, ella fue un
viejo amor que me trajo tanto buenos momentos como malos, nunca había pensado
en volver a ser infiel, eso ya había quedado en el pasado. Ahora mismo, me he
encontrado a mí mismo en una especie de barata en la cual el bien más anhelado,
es poder salir con ella.
Todo comenzó la mañana del lunes a las ocho de
la mañana cuando la tienda por fin abrió. Paso media hora en la que todos
compraban cosas en rebaja, mientras me mantenía escondido en un rincón creado
por mí mismo (o por indicación de Deritie). Cuando observé la hora en mi reloj
me sentí triste y a la vez alegre, después de haber visto la hora y mi mirada
se dirigió a la entrada de la tienda, vi como venía entrando, lo recuerdo muy
bien: vestido con una camisa de franela a cuadros color rojo con blanco, unos
jeans azules y unas náuticas en tono azul cobalto. Se acercó detenidamente casi
frente a mí, y comenzó a coquetearle a una empleada antes de llegar a mí, él
iba directo al grano, pero no siempre las cosas suceden como debería, a veces,
simplemente hay que dejar que la cosas se acomoden por si mismas y no sean una
cólera tan picada. Llegó a conmigo y se disculpó poco a poco. —y obvio yo lo
perdoné, no hay nadie como él de guapo— me dije a mi mismo.
Conversamos un poco sobre lo que estaba
sucediendo, el porqué me había invitado a estar dentro de un centro comercial
donde supuestamente se llevaría una exclusiva subasta en la que la mayor
retribución de la casa sería el pasar una noche con la mayor de las musas de la
marca de Alejandré. Me intrigaba mucho el no saber dónde sería la subasta ya
que el lugar dónde me citó no parecía el lugar correcto en el que debíamos
estar. De pronto la empleada con la que Deritie estaba flirteando se nos acercó
por detrás, nos dio una palmada y nos entregó unos anillos, posterior a ello,
comenzamos a caminar rumbo a uno de los probadores. Era tan extraño que nos
metiera ambos dentro del mismo vestidor. No es que yo sea homofóbico y me
molestará estar encerrado en un mismo espacio que otro hombre, pero siempre me
he sentido mal cuando estoy en espacios pequeños y más cuándo hay más personas
dentro. Deritie colocó nuestros anillos en dos huecos que se vislumbraron cuando
quito las perchas que dentro se encontraban. A continuación, todo comenzó a
cerrarse y a modificarse como si de un cubo de Rubik se tratará. El piso cambio
y dos sillas aparecieron, nos sentamos en ellas y la caja en la que ahora
estábamos cayó al vacío. —Debo decir que en esa ocasión no vomité—. Cinco
minutos después llegamos ilesos a una sala donde nuestras sillas encajaban a la
perfección y, de algún lugar llegaba un anuncio: “Esta es la segunda llamada
para que comience la subasta de esta noche”, la voz me sonaba conocida. Cuando
por fin pude ver, observé a gente que nunca en mi vida había visto, gente que
parecía hablar consigo misma y venía a acaparar los mayores bienes de la noche.
La verdad no sé cómo Deritie logró que entráramos aquí. Hace bastante tiempo
que me alejé de mis amigos después de la universidad, y más desde aquel
incidente en el que todos tuvimos que alejarnos para no levantar sospechas
sobre lo ocurrido ese día siete de octubre. Desde ese día perdí el contacto con
ellos, diez años después regresé a esta ciudad en la que me convertí en lo que
siempre trato de ocultar. Mejor no pregunté nada y me mantuve callado hasta que
la tercera llamada llegó, los telones se abrieron y dejaron ver un escenario
repleto de bienes que no eran para nada convencionales, alguna cosa no sabía
que eran, pero hoy ya lo sé, y me arrepiento de haberlas conocido. Todas las
cosas eran peleadas por cantidades exorbitantes que jamás pensé oírlas.
Aquí hay un par de tarántulas tratando de
comerme vivo, una de ellas me recuerda mi miseria, la otra sólo mi desdicha.
—¡Oh deténganse! — me gritó a mí mismo. He vivido una mentira, quién yo creía
conocer realmente no existe, me he perdido en un mar de falsedades. Tres
tortugas se detienen, me torturan, me salvan, me comentan que no me odian.
Cinco cartas caen ante mi vida. “¿Soy un ciervo de su voluntad?” escuchó gritar
desde lo más hondo, la noche me comprende, aquí hay un vampiro por excelencia,
cada dos noches sin dormir y mis amigos me han abandonado.
—¡Oye! Amigo, ¿Estás bien? No me digas que
consumiste una tarteleta, debí advertirte que no consumieras nada que no hayas
visto en tu vida, esas cosas provocan visiones horripilantes sobre ideas que
atormentan el pasado, presente y futuro. —Me dijo Deritie.
Esa noche no recuerdo si consumí alguna, debió
ser así, pero no lo recuerdo. Tampoco sé cómo de pronto se hizo de noche si
Deritie me citó a las ocho de la mañana.
Para cerrar la noche, apareció la musa más
importante de Alejandré, mi cara de estupefacción fue evidente cuando vi su
cabello ligeramente chino, y ella envuelta en un vestido de satén rojo con una
cinta color negra llena de pedrería y calzando unos tacones negros. Ella era
una diosa. Ella había vuelto demente a todos con su entrada triunfal. Ella era,
fue y será… el amor de mi vida. Simplemente Biressie.